X = Karla (n) + Somos Más

 

Por: Tony Pino V

Uno de los hechos que marcó mi vida definitivamente, fue la tiradera de huevos a la “escoria”. Desconozco si es cierta la famosa anécdota que narra el retorno (de visita, claro) de uno de esos repudiados y el regalo que le hizo al presidente del CDR, cabecilla rastrero de su vergüenza pública, de un cartón de huevos que, desde entonces, no son tan abundantes.

Siempre he pensado que las gallinas han tenido más conciencia cívica que el “pueblo en general”. Lo peor de todo es que esos mismos esbirros han tenido la desfachatez de decir que no podían hacer otra cosa porque su familia, su trabajo y su estatus estaban amenazados. Un burdo remedo de aquello que dice que tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le aguanta la pata. Las reses, como las gallinas, también han tenido su orgullo y, a su manera, han dicho con parsimonia de rumiantes: “Yo no soy Fidel”. Y por supuesto, tampoco la Revolución ni el concepto impuesto como un dogma ni el desprestigio de los próceres haciéndolos responsables de una continuidad cuyo principio es bien dudoso. Desgraciadamente, la perspectiva histórica que pueda tener mi nieto o mi bisnieto, goza más de la comodidad de los asientos de las cátedras que de la vivencia encarnada de esta realidad nuestra que dura ya más de cincuenta años.

A mi edad, inconforme, no obstante, por naturaleza, quizás porque considero suficientemente impositiva mi limitación física como para aguantar otra de cualquier índole, me siento casi feliz de que un movimiento político opositor esté contagiando a jóvenes inteligentes que renuncian a lo que pudiera ser su modus vivendi futuro (¿qué futuro?), porque de no hacerlo sería lo mismo que decir que se han vendido, como muchos, por una baratija filosófica. Porque sí, a veces en determinadas circunstancias un título universitario no vale más que un adorno de orfebrería barata. Y luego dicen que en Cuba los aborígenes se extinguieron.

Observo el desfile de las fotos de esos otros jóvenes “comprometidos” que hicieron la suerte de tribunal inquisitorial, y veo a los “indios” que se dejaron embaucar por fruslerías. Claro, con una diferencia abismal: aquellos que fueron “descubiertos” por los colonizadores, aún gozaban de su ingenuidad primigenia. Los de ahora, gozan de las prebendas de los nuevos colonizadores con la esperanza (estúpida e interesada) de convertirse ellos mismos en colonizadores ideológicos.

Nada ha cambiado. ¿Quizás deba agradecer este remake del pasado, esta vuelta a las oleadas estalinistas de los setenta cuando era pecado mortal lo mismo persignarse apresuradamente que escuchar música en inglés?… ¡Oh, bellos tiempos pasados y pluscuamperfectos en los que todo era divinamente prohibido, tanto que los orgasmos se daban sólo por un calambre en el espinazo al frotarse la espalda con la cabilla de una litera!… Nada ha cambiado, ni las solapadas amenazas del enemigo inventado ni la pura tensión del pie de guerra que reparte patadas a diestra y siniestra en las nalgas de los desobedientes.

Mi generación creció aterrada por los murmullos amenazadores de todo lo que (te) podía suceder si no cantabas a voz en grito La Internacional, y emocionado además. Todos tuvimos un primo gay encerrado en uno de los campamentos de las UMAP y al que la familia y los amigos le dieron la espalda por tener problemas ideológicos que podían afectarlos de rebote. Después, cuando llegó la noticia de que el primo se había suicidado, la única explicación válida era que se trataba de una mariconería más, la última, por suerte, vergüenza de la estirpe familiar. Nadie, salvo quizás una madre sumisa y protectora del resto de su camada, se preocupó por averiguar cuánto tuvo que aguantar y sufrir el primo como para decidir colgarse de la ducha del campamento, ducha que, por cierto, no era una ducha, sino un trozo de manguera con salideros.

Todos teníamos, además, otro primo que siguió los efluvios espirituales de su abuelita y perseveró en la comunidad religiosa, marcando sus libros de texto con estampitas de santos. Ese primo era callado y cumplía con sus deberes sin excederse demasiado en sus muestras de fervor revolucionario. Esa tibieza apática para con las movilizaciones y desfiles, le costó la carrera universitaria aunque era de los primeros expedientes del aula, de la escuela y de la provincia, posiblemente también de la galaxia, en los tiempos en que todavía un profesor podía darse el lujo de escribir en la pizarra sin faltas de ortografía. Este primo terminó largándose del país en una balsa y nadie se preocupó más por él, hasta que él comenzó a preocuparse por los demás cuando comenzaron los viajes de la comunidad.

Todos tuvimos, en fin, algún que otro primo más o menos desafecto, nunca violento, para nada delincuente, que leía libros prohibidos, sabe Dios dónde conseguidos, que hablaba de ellos con pasión acallada pero convincente, y por culpa de los cuales fue fichado, vapuleado, detenido, interrogado, de tal modo que entre “fiana” y “fiana”, su biografía fue cambiando hasta el punto de ser acusado y creído ente subversivo, espía de la CIA, sobre todo apátrida y traidor, amenaza latente para el pueblo humilde y laborioso, algo así como la quintaesencia de un detergente especial destinado a fregar cerebros revolucionarios.

El que no se calló, se largó. Y el que se quedó, se vio envuelto en la vorágine de la cacería de errores, de las asambleas de méritos y deméritos, de las críticas constructivas y las autocríticas traumáticas, de los estigmas y las crucifixiones, del quítate tú pa’ ponerme yo, de hacer leña del árbol caído, de la puñalada trapera, del baboseo con las altas esferas… Me sorprende y me entristece la amnesia histórica que padecemos como pueblo, ese Parkinson tan selectivo que se dispara con mucho orgullo a la hora de narrar las gestas independentistas para frenar en seco cuando arriba al fatídico 1ro de enero de 1959 cual defectuosa o incapaz máquina del tiempo. Después de eso, todo está escrito en los manuales, toda pregunta tiene su respuesta exacta, sin especulaciones, sin introducirle acápites dudosos. Después de eso, la memoria se ralentiza y se mueve como los caracoles con la cárcel a cuestas, rodeando los escollos que puedan encerrarla de por vida, si no entre rejas, entonces en la locura.

Nada ha cambiado. Las universidades siguen siendo para los revolucionarios, y los revolucionarios siguen siendo un concurso de borregos que prefieren callarse sus opiniones o manifestarlas luego, con voz sibilante, en las disculpas o en comentarios de pasillo. Para mí hay algo muy simple: si todavía se teme que alguien salido de la nada, integrante de uno de esos “grupúsculos” disidentes patrocinados por el imperialismo, pueda ser capaz de subvertir, casi hipnotizar, a toda esa espléndida masa estudiantil continuadora del bla bla bla… entonces, coño, se cae de la mata: el trabajo político ideológico les ha sido bastante infructuoso. Si una estudiante x (donde x es igual, en este caso, a Karla María Pérez González) es capaz o se le considera capaz de enjuagarle las neuronas a todo un colectivo fuerte y aguerrido, supuesta, lógicamente, la intención proselitista, entonces sólo queda esperar de ella (de la masa) que se mueva tras el cencerro y repita las notas de Blanca Navidad al ritmo de la marcha del 26 de julio.

Quiero imaginarme a Karla, hasta hace muy poco estudiante de primer año de periodismo, con el ánimo de la escritura que dan la rabia y la impotencia, válidas en todo aquel que se sabe con derechos arrebatados por el sinsentido. La veo cronista burlona de los desafueros vividos, quizás hasta recopiladora de historias parecidas a la suya que han brotado de su carne rasgada como si hubieran estado esperando el caldo de cultivo de los glóbulos rojos y alguna que otra toxina no reciclada para lanzar sus capítulos a los cuatro vientos de los oídos sordos que la rodean.

Somos+ ha logrado en muy poco tiempo aglutinar a una masa joven, convencida y pensante, que sabe lo que hace y hacia dónde se encamina. A pesar de los esfuerzos por desacreditarlos, tienen prestigio, y hay que hacer ver que esos esfuerzos no provienen solamente de los predios gubernamentales, sino también de otros grupos opositores, más o menos radicales, que no han visto con buenos ojos el paso firme de este grupo joven. Quienes más se molestan con los juegos de los muchachos, son los viejos que duermen la siesta en su balance intocable. Y al que le sirva el sayo, que se lo ponga, pero sepa que no se trata de un sayo sino de una mortaja.

Aritmética simple: despeja x y queda Karla elevada a la enésima potencia del arrojo. Y serán más.

 

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