Por Sun Mar
Quienes como yo, crecieron ante discursos en blanco y negro, donde la misiva era: “al imperialismo ni tantico así”, nos cuesta creer que sea este, una prolongación del gobierno aquel.
Habituados a las interminables ofensas y desafíos públicos a “los señores imperialistas”, muchos cubanos se cuestionan hoy los carteles ya borrosos e iracundos contra el “enemigo yanqui”.
Los veteranos, recalcitrantes e intransigentes apoyan como de costumbre lo que “dicte” el gobierno, pero ya sus frentes no lucen tan altas y sus actitudes demuestran que han debido bajar bandera. Porque con fingida alegría, los “revolucionarios” de Cuba se resisten a mostrar que sus verdades absolutas se han removido como un sismo de intensidad mayor.
Ya se promulgan las desgastadas disertaciones televisivas, que hemos recibido a Obama para que vea con sus propios ojos “los triunfos” de la Revolución.
Ya Obama está en La Habana, y con su llegada han desaparecido como por arte de magia la lluvia de papeles, cajas de cigarro y vasos desechables que inundaron sus calles; y del sinfín de salideros que no perdonaban ni a la zona más céntrica del Vedado, solo quedan los rastros de humedad. Ya les ha sido más difícil disimular las diferencias económicas que asoman entre una y otra parte de la Habana Vieja, así como las muecas de agotamiento y de pocas esperanzas que tiene la gente de Cuba. Para que Obama no vaya a pensar que el pueblo ha perdido en este camino de enemistades, sus más preciados valores, y que es este, uno de los reveses más tristes del sistema totalitario impuesto a la isla, han aplicado con coloretes y polvos de arroz a la capital de todos los cubanos.
A los que, tengan la edad que tengan, y nunca hayan permitido que manipulen sus mentes, les parece genial que Obama venga e interprete nuestra realidad con criterio propio. Sobre todo, esos que ven más allá de sus narices, están felices por lo que implica ese suceso: el final de una obsesión que parecía eterna, el cese de un capricho demasiado duradero, y por fin, un gobierno que, a conveniencia o no, ha tomado la sabia decisión de vestirse de diplomacia, como corresponde. Sin que esto signifique el olvido del dolor de quienes sufrieron en su propia piel, los atropellos de una u otra política.
La verdad es que, como para estremecer la historia, Cuba le ha abierto los brazos a Obama, cual octogenaria con sonrisa agridulce, cansada ya, de maquillar las desgracias.
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