Por. Joanna Columbié
El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.
La Biblia, Evangelio según Marcos 10. 43 y 44.
Si alguien tuviera la opción de elegir entre ser la persona a la que todos están en la obligación de obedecer, que hace lo que quiere y que exige obediencia, o por el contrario, estar en la obligación de obedecer a otro, aun cuando la orden le desagrada y se le da a horas que quisiera descansar o comer, evidentemente todos escogerían la primera opción, pero precisamente los valores que Dios exige y los que un pueblo necesita de su líder indican lo contrario.
Cualquiera pudiera alegar que esto es solo para cristianos, pero ciertamente no es así, los pueblos esperan tener líderes que sirvan a los demás, que estén disponibles y no que se sientan dueños de la gente, no en vano a los que dirigen se les llama ministros, del latín minister que significa servidor, subordinado, mediador. Mucho hemos sufrido por las imposiciones de aquellos, que lejos de ser servidores del pueblo se han convertido en caciques modernos, amos y señores, aspirando a ser propietarios hasta de la conciencia de los pueblos, jefes más que líderes hemos tenido, tiranos más que ministros hemos tenido, pero en el futuro al que aspiramos no debe ser así.
El líder que Cuba necesita debe saber quién tiene una influencia sobre él (ella). Cada líder les debe algo a los demás; no nacemos siendo líderes, sobre nuestras vidas otros tienen influencia y de hecho influyen sobre nuestros liderazgos y nos ayudan a avanzar, a madurar y a desarrollarnos. El liderazgo depende más de a quién sigues que quién te sigue, el liderazgo depende de quién es una influencia para ti, no en quiénes influyes tú, lo segundo depende necesariamente de lo primero.
El líder que Cuba necesita debe saber cuál es su propósito. Esto es esencial: si el líder no entiende el propósito para el cual está puesto, automáticamente va a abusar desde su posición, va a hablar en nombre de otros, pero no dejará que los demás hablen en su nombre, muchos líderes invierten tiempo, dinero, esfuerzos y energía en cosas que no son su propósito.
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El líder que Cuba necesita debe saber despertar los sueños de los demás. El liderazgo se desarrolla cuando el líder es capaz de impactar a otros, el líder no solo debe ser capaz de proponerse metas, de tener una visión, de desarrollar estrategias, el líder tiene que saber avivar a la personas para desarrollar sus potencialidades.
El líder que Cuba necesita debe creer en la gente. Durante años “solo uno” en el país era el “capaz” de tener nuevas ideas, fundar, organizar, representar, no es posible que sea así en el futuro de Cuba, el líder necesita preocuparse por su gente, darle oportunidades, estimularlos con sinceridad, confiar y no creerse el único capaz de hacer las cosas, el líder tiene que añadir valor a la vida de las personas a las que esta guiando.
Es posible votar por una persona para una posición de liderazgo, pero no es posible que votemos para que esa persona sea un líder. Estamos a tiempo, el líder de hoy y del futuro tiene el deber de volver los ojos hacia su gente, hacia su pueblo. No es “yo” es “ustedes”. Hoy, hay muchos soldados en uniforme de general y les queda grande. Ahora es el tiempo de preparar nuestro liderazgo, de despojar a tiempo el futuro de Cuba de caudillos y jefes que implacablemente quieran seguir gobernando como si su gente fuera un ejército.
Las palabras de Martí, llenas de claridad y franqueza, muestran en la carta escrita a Máximo Gómez sus preocupaciones respecto a la posibilidad de que la República se base, desde la guerra, en métodos de autoridad que puedan generar un caudillismo todavía más incontrolable: “hay algo”, le dice a Gómez, “que está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente”, fiel a sus criterios, le reitera su “determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo” y le dice más: “¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?”.
La fatal instauración de los caudillos militares que habían desolado a las repúblicas latinoamericanas hizo que no en vano Martí hiciera al Generalísimo un llamado y advertencia que no hoy no está de más recordar: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”. Entonces, compatriotas, el mejor lugar de un líder es servir.
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