Por: Roberto Álvarez Quiñones
¿Por qué el gobierno cubano no accede a abrir el diapasón comercial con empresarios estadounidenses y de otras partes del mundo, exceptuando –por supuesto- a China, Venezuela y Brasil?
Para empezar, el país no cuenta propiamente con un mercado nacional, debido al bajísimo poder adquisitivo de la población y a la circulación de dos monedas. El salario promedio en Cuba, de unos 25 dólares mensuales (unos 600 pesos), es el más bajo de todo Occidente. Es inferior al de Haití, de unos 60 dólares mensuales, según la entidad global Nationmaster. En El Salvador y en República Dominicana, dos naciones pobres, es de 365 y 355 dólares mensuales, respectivamente.
Una de las dos monedas cubanas, el CUP, con el que se pagan los salarios, equivale a 4,2 centavos de dólar y no es convertible. No vale nada, solo sirve para comprar unos pocos alimentos subsidiados y algunos servicios como la electricidad, el agua y el gas.
El otro peso, el CUC, que es convertible y se compra a razón de 24 CUP por un CUC, circula en tan poca cantidad que no puede constituirse en demanda efectiva de mercado alguno. Y vale recordar que al llegar Castro al poder había un solo peso, convertible al instante en dólares a uno por uno.
¿Cuántas hamburguesas con papas fritas podría vender un empresario extranjero en La Habana a un precio de 3.50 CUC, digamos, si ello representa el 14% del salario mensual promedio? La doble moneda también impide calcular los costos de producción. Nadie sabe hoy en Cuba, otrora azucarera mundial, cuánto cuesta exactamente producir una libra de azúcar.
En la Isla no puede haber un mercado ni negocios serios si no se unifican las dos monedas y si los salarios no se cuadruplican, al menos. Para eso hay que aumentar espectacularmente la tasa de productividad (la más baja de América), y la producción de bienes y servicios no gratuitos. Pero eso solo se puede lograr si se liberan las fuerzas productivas, cosa a la que se niegan ambos hermanos Castro.
Por otra parte, en Cuba está prohibido que las empresas extranjeras contraten a sus empleados. Tienen que pedirlos al Gobierno, que los provee ya filtrados por la Seguridad del Estado para que sirvan de espías del régimen en esas compañías mixtas (asociadas con el Estado) y, sobre todo, para confiscarles el grueso del salario en divisas. Eso obliga a los inversionistas extranjeros a pagar un salario adicional clandestino, si quieren que los empleados trabajen bien y no roben productos o equipos. Ello encarece el costo laboral.
Igualmente, los empresarios foráneos no pueden negociar con el incipiente sector privado isleño, que supuestamente es al que quiere beneficiar Washington con su acercamiento a Cuba. Por ley, los cuentapropistas no pueden relacionarse con los extranjeros, quienes solo pueden hacer negocios con el Estado y los militares que controlan la economía. Encima, se les prohíbe a los cuentapropistas crear capital. Es decir, no pueden ampliar sus precarios timbiriches de corte medieval.
Por último, invertir capital solo tiene sentido cuando se cumplen tres condiciones básicas: 1) garantías legales a la propiedad y la operatividad de la compañía; 2) seguridad de que se obtendrá un rápido retorno en ingresos que cubran el monto de la inversión realizada; y 3) la existencia de un mercado, interno o externo, que prometa buenas ganancias. El régimen de los hermanos Castro no ofrece ninguna de esas tres condiciones.
Nada hace la dictadura con organizar ferias comerciales en La Habana y enviar a sus ministros por el mundo a tratar de captar inversiones, ni con reducir los impuestos al capital extranjero, si el país carece de credibilidad en el sector financiero y empresarial internacional. Incluso periódicamente deja de pagar a los inversionistas en territorio cubano.
La credibilidad se logra jugando limpio, con leyes que protejan al capital extranjero, permitan el capital privado cubano, y pagando a los acreedores. Eso no existe en Cuba, donde imperan las arbitrariedades de una casta político-militar empecinada en negarles las libertades y derechos elementales a sus ciudadanos y a los capitalistas extranjeros.
Lo peor es que no hay posibilidad alguna por ahora de elevar los salarios, ni de unificar las dos monedas, ni se puede crear un mercado mayorista o minorista. Y el régimen se niega a abrir su economía. Además, el país carece de infraestructura en carreteras, puertos, aeropuertos, acueductos, transporte, servicios bancarios, o eficiencia en las telecomunicaciones e internet, y no tiene dinero para construirlas.
Para colmo, el idilio extranjero con la Isla tiene lugar cuando su economía ya está totalmente dominada por las fuerzas armadas, y a la «revolución» se le desdibuja su fisonomía ortodoxa marxista para parecerse cada vez más a un régimen militar fascista.
Conclusión: luego de echar un vistazo al panorama de la Cuba actual queda claro que lo que buscan, o lo único que pueden encontrar hoy en la isla caribeña los empresarios capitalistas con el «deshielo» es explotar los salarios miserables imperantes en el país para producir a muy bajo costo con vistas a la exportación, al tiempo que la elite político-militar y sus familiares se enriquecen y se perpetúan en el poder.
¿Es esto promover la democracia?
Tomado del sitio:
http://www.diariodecuba.com/cuba/1476133385_25920.html
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