Por: Edilberto Ríos
Es bien conocido qué ocurría en Cuba en la década de los 50’ del siglo XX. Por aquel entonces el país atravesaba una situación política y social crítica. El pueblo tenía pocas alternativas para lograr cambiar o por lo menos mejorar el difícil panorama. Lo más sensato era alzarse con las armas y así ocurrió en muchas partes del territorio. Hombres y mujeres con gran valor se entregaron a la causa; algunos más célebres e históricamente recordados, otros “sin nombre”, derramaron sangre y brindaron su vida, además.
Finalmente, se logró vencer y derrocar al régimen. Muchos en ese momento, cegados por las emociones vieron llegar un mesías: las masas se enardecieron, los aplausos llovían, la euforia estallaba. Sin embargo, no pocos ignoraban algo que existía, un caldo de cultivo, ciertas condiciones propicias que podían ser aprovechadas para fines no precisamente tan bondadosos.
A partir de ese momento todo funcionó como un juego de ajedrez, cada jugada y estrategia estuvo bien pensada con el objetivo de preservar al rey, sacrificando peones, alfiles, torres y cuanta pieza fuera necesaria.
Todo se hizo de forma perspicaz y bien calculada. Para conquistar a las masas sobrevinieron medidas y reformas, que mejoraron en cierto sentido muchas condiciones sociales críticas que existían. Era lo que merecíamos, no era la victoria de unos pocos, era la de todos.
Pero esa etapa hace tiempo dejó de existir. El proceso de involución no es de hace pocos años. Nos hemos quedado atrapados en el pasado. Es el resultado de vivir recordando desmesuradamente lo que se hizo alguna vez en la historia, olvidándonos del presente y del futuro. Es el producto de hacernos creer que le debemos todo a los que se adjudicaron la victoria en el ayer, los mismos que han gobernado indefinidamente a su conveniencia y voluntad.
Los cubanos tenemos que entender, que quien dirige un país no es un dios y tampoco estamos para obedecerle de forma vitalicia por las “cosas buenas” que se hayan materializado en alguna época, en detrimento de sus catástrofes y errores, y mucho menos de su prolongada estadía en el ejercicio del poder. No podemos seguir permitiendo que un puñado de personas siga actuando y hablando por 11 millones. Si los que gobiernan han estado tan convencidos de su noble causa, que nos den la oportunidad de elegirlos con libertad de criterio. Un gobernante se debe al pueblo, no el pueblo a su gobernante.
Desgraciadamente en Cuba muchos creen que debemos, porque en el año 59
fuimos liberados de una dictadura represiva y eso, a través del tiempo se ha repetido incansablemente para engañar a nuestra conciencia.
Cada uno de nosotros debemos reconocer los progresos sociales, pero no la arbitrariedad, el abuso del cargo, la elección coartada, la propaganda incansable de los pocos avances a costa de la censura de lo “incorrecto”, la abusiva crítica de los problemas del mundo y la justificación a las irregularidades internas, el aliento al sacrificio a costa de pocos resultados y estímulos.
No podemos seguir viviendo el estigma “antes del año 59”, la comparación ilógica y absurda del siglo XXI con la primera mitad del siglo XX. Debemos convencernos de que existe algo mejor, no tener miedo de abogar por el cambio. No debemos seguir siendo conformistas y sí hacer caso omiso a la propaganda que nos genera temor, la misma que solo busca preservar la realidad para beneficiar a unos pocos en la actuación del poder.
La gente merece opinar con absoluta libertad, seguridad y tranquilidad.
Tenemos que exponer lo que sentimos, lo que pensamos, nuestras dudas, los acuerdos, los desacuerdos. Nos pertenece el derecho de votar por un presidente y de pensar con libre albedrío.
Merecemos reconocer las acciones positivas de un gobierno que obedezca los intereses del pueblo, en ningún momento tenemos por qué deberle o temerle. Si no cambiamos la actitud, viviremos de rodillas, recogiendo migajas y con absurdas convicciones. Seguiremos caminando, pero en sentido contrario hacia el progreso, con el consecuente y constante acecho de empeorar nuestras condiciones.
Todo lo que nos ocurra, dependerá de nosotros. Los aplausos sinfónicos, el culto de personajes y la ciega confianza no nos ha ayudado, ni nos va a ayudar. Ya es tiempo de que nos levantemos y nos expresemos conforme a la verdad.
Cambiemos la filosofía de deber por merecer, la de conformarnos por ambicionar, y el mejoramiento vendrá indudablemente. Solo así podremos ocupar el lugar que no tenemos, el que nos pertenece por derecho propio.
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