A ti, que ves el amanecer desde la madrugada

 

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Por Oriana

A ti que adornas el paisaje, que ilustras con tu belleza cada paso, que manchas de ternura un corazón; que vales; que sumas siempre; que callas poco.
Mujer criolla. Espontánea. Tú.
Mariana eterna. Protagonista de la historia. Guerrera de alma pura.

Ser común, igual pero único, que se convierte en lucero mágico cuando con sus manos dulces se conduce entre la vida, entre el amor, entre el soñar, entre el educar, entre el laberinto complejo de lo que se exige de ella…
Cubana que no descansa, que ve el amanecer desde la madrugada.

Adolescente inevitablemente madura. Inteligente, sensata. Despierta, dibuja en la cabeza lo que persigue. No para. Es realista por obligación, pero a ratos no quiere serlo. Piensa. Sueña en gigante, aunque no se le permita, aunque conozca, en esta triste época que vive el país, lo predecible del resultado final. Estudia. Es mezcla de desaliño con encanto auténtico. Ella también se enamora y se pierde en el amor. Y es intensa. Y se pone roja. Y tiembla. Y se cree mujer. Y lo cree bien. Lo es. Lo es desde que siente y entiende. Lo es desde que comienza a mirarse al espejo. Lo es desde que sonríe. Lo es desde el primer abrazo, desde el primer beso. Lo es porque lo dice, porque lo transmite.

Madre que no vive sin ver vivir a sus hijos. Acaricia al infante olvidándose de lo que «falta». Lo guía. Lo alumbra. Da pasitos cortos junto a él. Se puede disfrazar de papá y sigue siendo flor. ¿Alegrarse cuando está rota? Lo logra con méritos.

Profesional brillante. Juana de Arco entre Napoleones, que sobrevive y sobresale en un planeta barbudo que todavía intenta discutir sus indiscutibles triunfos. Hembra entre corbatas, Brava, peleona, que muchas veces se eleva entre las corbatas. Demuestra que puede, que sabe. Imparte lecciones de respeto al caminar, al actuar, al manejarse por la victoria.

Entonces aprendes que ser «ella» es más. Es mucho. Es conjugar las palabras miel y acero. Es verso. Es prosa. Es saber leerla bonito, con entonación y entendiendo cada palabra, cada gesto, cada «no», cada «sí», cada «déjame», cada «vete», cada «adiós».

Notas que no merece tus felicidades hoy. Las merecía ayer, hace segundos, mañana. Y siempre.
«De tanta luna fueron para mí tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra
tu corazón quemado por largos rayos rojos,
y así recorro el fuego de tu forma besándote,
pequeña y planetaria, paloma y geografía. »
Pablo Neruda, fragmentos del Soneto XVI, de «100 sonetos de amor»

 

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