Por: Carlos Raúl Macías López
Siempre que veo una ilustración de los tres monos sabios, no puedo evitar que algunas realidades tocantes a nuestra tragedia patria comiencen a aflorar en mi mente a manera de evocaciones. Más allá del pretexto moral o filosófico que muchos les atribuyen a los célebres primates, a mí en lo particular, paralelismos y analogías me resultan tan familiares, con lo que se me antoja es casi perfecta similitud con las actitudes de la gran mayoría de los cubanos.
“No ver, no oír, no hablar” es la razón de ser no sólo de éstos simios, sino también de la de muchos coterráneos. Varias preguntas me surgen entonces al calor de ciertas reflexiones, ¿qué es lo que no ven, oyen o hablan?, ¿Es que acaso asumir ésta posición contemplativa responde a intereses propios o ajenos?
En Cuba muchos prefieren, con tal de sobrevivir, no ver, incluso, lo que tienen frente a sus propias narices. Una manera muy común de intentar auto engañar la conciencia, es cerrando los ojos o mirando hacia otra dirección (preferentemente el norte), mientras todo se desmorona, si, en definitiva, la vida es una sola, y se trata de subsistir cueste lo que cueste, pues ojo que no ve, corazón que no siente. Lo que para unos es conveniencia, para otros es extremismo, o ceguera. No importa la motivación. Todo vale.
Basta con tener un mínimo de holgura económica o material, o la cobertura para “luchar”, para que todo gire exclusivamente en torno a comer, vestir, viajar de vez en cuando, y arreglar lo mejor posible la casa, el que la tiene. En ese caso, el régimen no tiene reparos en permitirles ciertas migajas, entre tanto esto no implique prosperar demasiado, o tener inquietudes políticas. Lamentablemente haber sido deslumbrados por ofrecimientos espurios de un socialismo próspero y sostenible, ha dado al traste con la objetividad para ver, que la tierra prometida cada vez se vuelve más distante. No obstante, la gente ha ido despertando de éste dilatado letargo, y esto, sin prisa, pero sin pausa.
No querer oír argumentos y verdades diferentes, se ha convertido en el pasatiempo favorito de la generalidad. Sobre todo, cuando el rebaño se ha acostumbrado ya por mucho tiempo, a escuchar la voz de un solo patrón, que, a fuerza de látigo e imposiciones, ha logrado someter y tapiar los oídos de tal manera, que la sordera no deje distinguir otras voces. El encantamiento y la sugestión han dejado sus secuelas. “Somos los buenos; ellos los malos” o “Socialismo o muerte”, son eslóganes repetidos generación tras generación, cuyo efecto hipnótico ha sido hacer creer que, es preferible renunciar a la vida, antes que vivir sin socialismo. Por lo que analizar, comparar, y reflexionar a la luz de otras propuestas, y con cabeza propia, le está negado definitivamente, a quienes tienen una deuda eterna con la Revolución y sus líderes, pues sus mentes han sido reprogramadas para responder a un todopoderoso cerebro pensante, sin chistar.
Dicen que somos conversadores, comunicativos, dicharacheros. Pero en verdad, una mordaza escarlata nos ha paralizado y silenciado. Ciertas cosas no pueden ser dichas, y expresar determinadas verdades le ha costado caro a los temerarios. Se prefiere callar, antes que sufrir las consecuencias, y los que aparentemente disfrutan del derecho de proclamar lo que piensan, fíjense que tienen que cantar y bailar al ritmo de las masas del proletariado. Es decir, que al final no existe tal cosa como libertad de expresión, cuando el ciudadano está restringido por un molde, cualquiera que éste sea.
La Rendición incondicional es a lo que el Partido infantilmente aspira, lo cual implica apegarse a un código prestablecido por la moralidad socialista, expresado en no ver la mentira, no oír voces contrarias, y no protestar ante la decepción con libertad. Por lo que pienso que en éste país hay tres tipos de comunistas: los ciegos, los aprovechados y los arrepentidos.
No ver, no oír, y no hablar, pudiera ser interpretado como una muestra de sabiduría, pero solamente para que los que mandan, los que simpatizan, o los que tienen miedo. Contrariamente para otros, asumir éste estilo de vida sería comparable a renunciar a los más preciado que tiene un ser humano: su libertad, sus derechos, la vida y la felicidad.
Es preferible dejar de existir, que permitir que quien sea, determine lo que podemos ver, oír, o decir. No es justo. Es bochornoso. Y si alguien elige ser domesticado como un mono, es su sentencia. Se la respeto.
Entre tanto la verdadera democracia es instaurada a escala nacional, vamos ganando terreno, al menos en el ámbito personal. En lo que a mí y a muchos otros respecta, ya es demasiado tarde para que nadie venga con cuentos, historias y manipulaciones.
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Gracias Carlos,
Muy buen artículo, refleja el día a día de los cubanos y la inercia en que se vive después de tantos años de mentiras y tergiversación. El cambio está cada día más cerca y este depende de todos los cubanos de bien, cuando todos pongan su granito DE ARENA y estemos dispuestos a cambiar realmente a una patria con todos y para el bien de todos, dejando atrás el actual sistema arcaico y dictatorial; entonces alcanzaremos la deseada LIBERTAD, PROSPERIDAD Y HERMANDAD.