La Espada de Damocles

 

Por Carlos Raúl Macías López

Cuenta una historia que en el siglo IV a.c., existió un rey en Siracusa (actual Sicilia) llamado Dionisio II, que contaba con un cortesano singular, que se caracterizaba por su excesiva lisonja al monarca. El rey, con el propósito de darle un correctivo, le convidó a que le reemplazara, al menos por un día. Damocles, como era de esperar , aceptó de muy buena gana el canje, al tiempo que un espléndido banquete era celebrado en su honor. Entre suculentos manjares, libaciones, y algarabías, el encandilado homenajeado no se percató que sobre su cabeza pendía una muy reluciente y cortante espada, refrenada peligrosamente por un insignificante filamento de crin de caballo. Al advertir su comprometedora situación, se esfumaron de sopetón todos los humos y presunciones, y renunciando inesperadamente a todo el agasajo, salió huyendo.

Punto de partida de ésta anécdota, nace la célebre frase que le da título a este artículo, para hacernos reconsiderar en el precio que implica presumir de tener un gran poder, y la posibilidad de perderlo de golpe, a riesgo de perder aun la vida.

He conocido a muchos Damocles a lo largo de los años, que, en su afán por escalar peldaños, viven congraciándose con el monarca de turno, conquistando con adulaciones, lo que les está vedado alcanzar por falta de talento y capacidad. Ponerse en los zapatos de los demás no suele ser una prioridad, cuando a lo único que aspiran es a disfrutar de lo que tienen otros. Esto bien puede ser un puesto, un cargo, una posición ventajosa. Es decir, les gustan los privilegios, pero no las responsabilidades.

Estos vividores son muy peligrosos porque carecen de carácter. Son tan volubles en sus convicciones, que, si ayer dijeron que no, hoy dicen que sí, y mañana dirán no sé. Cuando las condiciones les son propicias, son los mejores amigos, pero cuando los vientos se tornan contrarios, abandonan cobardemente, pues tienen buen olfato para saber cuándo cambiar de bando, a tiempo. Ríen por fuera como bufones, lloran por dentro, pero con histrionismo profesional.

Son amables con los que están en eminencia, pero despiadados con los subordinados. Se les puede ver siempre pululando cerca de los jefes a ver qué se les pega, pero nunca interesados en las necesidades de los que nada les pueden aportar. Con palabras edulcoradas engañan a sus ingenuas víctimas, pero esencia de maldad son sus entrañas.

Se dice que si queremos saber de verdad quién es quién, démosle poder, categoría esta que tiene la prodigiosa virtud de sacar a relucir tanto lo más sublime, como lo más mezquino que las gentes guardan celosamente en su interior. La famosa frase en parte lo resume muy bien: “el poder corrompe”. Y digo en parte, porque hay excepcionales ejemplos de individuos que no han sido corrompidos por el poder. Pero lamentablemente, no han sido pocos los que han vendido su alma al mismísimo diablo, por tal de saborear, aunque sea efímeramente, un poco de la embriaguez que produce. Mentiras, traiciones, complots, guerras, derramamientos de sangre, y más, ha sido el precio que muchos han estado dispuestos a pagar, para obtener a cambio dominio y autoridad.

Mi querida abuela siempre me ha dicho: “lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta” Al principio, siendo todavía pequeño, no podía apreciar la trascendencia y la sabiduría contenida en ese proverbio. Fue con el paso del tiempo que fui comprendiendo que, cuando el destino nos premia de improviso con un regalo, muchas veces no sabemos valorarlo, pues lo que fácil llega, fácil se va.

En ese sentido pienso que, el espíritu de sacrificio y agradecimiento debe y puede ser inculcado desde la cuna, y muchas veces los padres cometemos el error de darle a nuestros hijos todo lo que nunca tuvimos, pensando que de esa manera le estamos haciendo mucho bien. Todo lo contrario. Las mejores personas que conozco nacieron y crecieron en medio de las escaseces, y no es que esté haciéndole una apología a la pobreza, pero indiscutiblemente está demostrado que, saturar de riquezas y bienes materiales a un niño, sin inculcarle a la vez principios, es una de las vías más expeditas para deformar su carácter.

Todos los Damocles tienen su espada. Quien no esté dispuesto a asumir riesgos, no está listo para contraer responsabilidades, y mucho menos para disfrutar privilegios. Todo es prescindible, excepto los valores. Si perdemos dinero, se pierde algo; si perdemos la salud, se pierde mucho; pero si perdemos la dignidad, se pierde todo.

 

 

 

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Carlos Raul Macias

Nací el 19 de diciembre de 1971. Me gradué como doctor en medicina en 1996 y de especialista en primer grado en Medicina General Integral en 2002. Cursé estudios en el Seminario Teológico Metodista, donde me licencié en Sagrada Teología con título de oro en 2014. Soy miembro del Movimiento Somos Más. Actualmente estoy trabajando en la propuesta cívica independiente Por Otro 18. Me desempeño como pastor de una iglesia en Jagüey Grande, provincia de Matanzas. Escribo para diferentes medios independientes, con el propósito de reflejar la realidad de mi país, y hacer propuestas objetivas.

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