| Muros, estrechos y paralelos

Por Carlos Raúl Macías López

Ante la conmemoración del aniversario 68 del comienzo de la Guerra de Corea (1950-1953), deseo hacer algunas reflexiones, de manera que podamos extraer ciertas experiencias para el futuro.

Cuando la concepción de la geopolítica está en las manos equivocadas y no en función del bienestar de los ciudadanos, una de las consecuencias más destructivas es la separación y la segregación.

Cuanto dolor y sufrimiento han causado esos pseudolibertadores populistas, que en nombre de una supuesta «revolución socialista», pero en verdad bajo el amparo de sus señoriales voluntades, se han atribuido el derecho de dividir la unidad de la familia y la fragmentación de la nacionalidad, y esto, sobre la base de opiones políticas.

Sabemos de sobra que el distanciamiento y la lejanía entre padres e hijos, hermanos, amigos, han hecho sus estragos en países donde no gobierna la cordura y la sensatez, sino el culto a la personalidad y la imposición.

Muros, estrechos y paralelos, son uno de los saldos más distintivos que los gobiernos totalitarios nos han dejado, donde familias enteras han quedado divididas por ideologías absurdas y demonios afines.

Fidel, Kim y Honecker, (casualmente los tres con el mismo color ideológico), felizmente ya no están, pero sí sus respectivos legados, pruebas vivientes de la manipulación, el capricho y el egoísmo.

Berlín con su (ex)muro, Cuba y la Florida con su estrecho y Corea con su paralelo, deberían ser un recordatorio perpetuo para las generaciones futuras, de lo que es un fracaso anticipado, siempre que la confianza esté en los caudillos, y no en las instituciones democráticas.
Ya Alemania es libre. Luego quedamos nosotros.

Es un deber inalienable para con nuestra generación y la de nuestros hijos, poner todo el empeño posible, en que los muros sean derribados, los paralelos eliminados, y sobre los estrechos sean tendidos puentes.

Corea, como Cuba, en su nacionalidad, ha sido, es y será una sola.