Por Jose Manuel Presol
El 10 de Octubre de 1868, en un ingenio azucarero, en La Demajagua, cerca de Manzanillo, sonó el tañido de una campana llamando a asamblea; el sonido, relativamente pequeño, se fue amplificando hasta ser oído en el último rincón de Cuba, es lo que llamamos Grito de Yara, pues era la voz de la Campana de la Libertad y anunciaba muchas cosas importantes, pero fundamentalmente cuatro:
1.- Que el Pueblo de Cuba se declaraba independiente de la Corona Española.
2.- Que se había izado, por primera vez, una bandera, cosida por la hija del mayoral usando un vestido azul, un mosquitero rojo y una pieza de tela blanca. La costurera se llamaba Cambula Acosta Fontaine (nombre que suena a África y apellidos a Europa, premonitorios de la República mestiza que nacía).
3.- Que se hizo el juramento solemne de, para conseguir esa Independencia, combatir hasta, si era necesario, dar la propia vida, contra el Gobierno de España, no contra los españoles.
4.- Que todos los presentes: blancos, negros, mulatos, ricos, pobres, libres, esclavos, criollos, africanos, peninsulares, comerciantes, guajiros, hacendados, letrados, iletrados; absolutamente todos, dejaron, en ese momento, de ser llamados súbditos para ser, por primera vez, llamados ciudadanos.
Tuvieron que retirarse de la zona, pero antes, como después tuvieron que hacer muchas veces, arrasaron cuanto pudiera ser útil al enemigo e hicieron reventar las calderas del ingenio, quedando allí, tiradas en el patio, las enormes ruedas matriz y voladora de la maquinaria destinada a la pacífica producción de azúcar; la destrucción fue rematada por la artillería enemiga.
Entre los radios de esas ruedas nació un Jagüey, símbolo de la también naciente República que, como esta, con su tronco y raíces retorcidas abrazó los hierros recordando que la Libertad siempre vence a la tiranía.
Como un síntoma de lo existente, el Jagüey enfermó y murió bajo la Dictadura de los Castro, pero como un aviso de la llegada de esa mariposa de libertad que esperaba ver aparecer el comandante Gutiérrez-Menoyo (ver al pie último párrafo de su testamento político), de los restos nació su hijo, que ha crecido y con su tronco y raíces sigue abrazando y venciendo al metal opresor.
Hace aproximadamente un año, en un bar de Madrid, tomando, ¿cómo no?, un mojito, la camarera que me atiende me habla y me quedo mirándola. Una muchachita de alrededor de veinte años, delgadita, mulata clara, pelo rizado en melena corta.
- ¿De dónde tú eres?
- De La Habana.
- ¿De qué parte?
- De… (no demos más detalles, la Seguridad del Estado tiene ojos pequeños, pero penetrantes, como los caimanes de Zapata)
- Mujer, ¡si yo soy de la Avenida de El Cerro!
Así continuó la conversación, constantemente interrumpida por su trabajo. En un momento le enseño una foto de la época de la guerrilla y, mirándola, me dice:
- Este es Gutiérrez-Menoyo, pero no sé si es el comandante Eloy o su hermano, el comandante Carlos (primera vez que oigo darle la graduación militar).
- Es Eloy. Ha muerto en La Habana hace algo más de año y medio, casi dos. Carlos murió…
- Lo sé, en el Asalto a Palacio. Los dos eran del Directorio y anticomunistas.
- ¿Cómo una muchacha de tu edad sabe esas cosas?
- Es que la escuela donde estudié se llama Carlos Gutiérrez-Menoyo y, un día, me di cuenta que las explicaciones que nos daban sobre su vida no “cuadraban”; así que, desde entonces, intento buscar toda la información que puedo sobre los dos.
No pudimos hablar mucho más por su trabajo, pero me di cuenta que ahí estaba la mariposa de Menoyo, pues ¿qué otra cosa es Cuba más que una linda mulatica, delgadita y simpática buscando la verdad sobre el pensamiento político de los Gutiérrez-Menoyo, José Antonio Echevarría, Joe Westbrook, Huber Matos, Frank País, Vaquerito, Camilo Cienfuegos y tantos otros; la verdad sobre el Moncada, Palacio, Humboldt 7, Goicuría, Escambray, Santa Clara, etc.?
Mientras entre Guanahacabibes y Punta de Maisí, entre Cayo Jutía y Nueva Gerona o en cualquiera de las ciudades del exilio económico o político, haya una sola muchachita que pregunte y busque, la campana de La Demajagua seguirá sonando convocando a los ciudadanos no a los súbditos.
Nota al pie: “Porque, no importa cómo, la suerte llegará: delgada, silenciosa y frágil como una mariposa llena de júbilo, como una señal para este pobre Pueblo que merece algo mejor. Yo sé que habrá una mariposa que se posará en la sombra. Me habría gustado poderle decir que habría querido dar más; acaso ella habría entendido que solo pude dar mi vida y que tuve el privilegio de ser parte de esta Isla y de este Pueblo”.
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