Por José Manuel Presol
Nunca olvidaré un comentario de mi padre: “José Manuel, recuerda, hicimos la revolución, entre otras cosas, para que Cuba dejase de ser la casa de p…. de Estados Unidos”; años después durante una discusión bastante acalorada con una persona que decía estar cerca del llamado “comité de apoyo al comandante”, se lo repetí, su respuesta fue “las compañeritas lo hacen no por vicio, sino por patriotismo, por llevar divisas a la revolución”, tampoco lo olvidaré nunca. Fue una de las escasas veces en mi vida que, ante tal cinismo, estuve a punto de fajarme.
Los cierto es que ahora Cuba ya no es la casa de p…. de Estados Unidos, pero lo es de canadienses, españoles, italianos, mexicanos y de cualquiera que aterrice en la Isla y que lleve en el bolsillo los suficientes dólares o euros para pagar una miseria por algo por lo que, en su país, si enseña esa cantidad simplemente sirve para que se rían en su cara.
No pretendo hacer un estudio sociológico o antropológico sobre el fenómeno actual de la prostitución en Cuba, hay personas mucho más capacitadas que yo que los han hecho y siguen haciéndolos. Lo que quiero es exponer el problema e intentar dar soluciones al mismo.
La prostitución en Cuba, como en casi todos los países, no es un problema actual. Existe desde hace muchos años. Los antecedentes más antiguos en nuestro país, quizás estén, excepción hecha de los prostíbulos montados por los terratenientes, en épocas no de zafra, para “aprovechar” la mano de obra excedente, en aquellas esclavas libertas que se prostituían para ganar unos pesos con los que comprar la libertad de hijos y otros familiares. La gran diferencia al día de hoy es la generalización.
Esa generalización no viene dada por el gran número de mujeres, hombres, niñas y niños que se dedican a ella, sino por la cadena de cómplices y encubridores que conlleva, que hace que un porcentaje altísimo de la sociedad esté directa o indirectamente implicada en ella.
El primer cómplice y encubridor es el propio Estado, quiero decir el actual gobierno de Cuba, que, a pesar de sus Leyes, de sus supuestas advertencias, de sus famosas tres cartas de aviso, tras las cuales la víctima puede ser enviada a prisión entre 1 y 4 años, tolera la situación.
Digo víctima porque todos, absolutamente todos los que ejercen o toleran la prostitución son víctimas de la situación creada. Todos son víctimas y forman una gran cadena.
La cadena está formada, al menos, por:
- Los profesores que permiten que las niñas y niños encomendados a su cuidado salgan impunemente de clase para ir a prostituirse, y eso lo hacen, porque la retribución que reciben y medios a su disposición no son los adecuados para ejercer su profesión en las debidas condiciones. Se me hace difícil pensar en un maestro que por placer sea capaz de dejar que sus alumnos se prostituyan. Simplemente su moral está “dormida”, si es que lo está, por la necesidad de solucionar sus propios problemas y por la falta de alternativa honorable dada por el propio sistema después de más de cincuenta años y lo mismo ocurre con el resto de los eslabones de esa cadena.
- Los policías que, lejos de impedir el delito o los delitos, si se trata de menores, prefieren mirar para otro lado y llevarse unos pocos CUC, que les permitan resolver alguna de sus necesidades. No soy capaz, como en el caso anterior, de imaginar a cualquier componente de la PNR actuando así por el gusto de hacerlo. Todos ellos son conscientes que la persona que se prostituye mañana puede ser su hija, su hermano, su amiga de toda la vida.
- Los encargados de control en los hoteles, que están en el mismo caso anterior. Saben perfectamente que hoy mismo pueden encontrarse que quien entra por la puerta de su hotel es su hermana, o que esa entrada puede estar sucediendo en ese preciso momento en cualquier otro establecimiento hotelero. A nadie le gusta ver a un ser querido del brazo de un turista apestando a ron.
- Los proxenetas. Incluso estos, aunque se dediquen profesionalmente al delito, no los imagino muy cómodos en su papel de suministradores de “carne fresca” si pudiesen dedicarse a otra actividad. Evidentemente en el mundo hay de todo, pero toda persona merece, al menos, el beneficio de la duda.
- Las propias personas prostituidas. No hay mayor víctima. Aquí sí que no podemos dejar de afirmar que, todos y todas son dueños de sus cuerpos y pueden hacer con él lo que les parezca más oportuno, pero que dejan de ser tales dueños desde el momento en que hay un hijo que pasa hambre, una madre que necesita una medicina, un hermano que tiene que atender una deuda, o simplemente la necesidad de poder tener cualquier cosa que no está a su alcance y poder sentirse iguales a esos yumas que descaradamente se pasean ante ellos. Aquí hay que resaltar el elevado número de personas que se dedican a la prostitución, a pesar de un nivel cultural elevado y de una formación superior, viéndose llevadas a ella por no estar debidamente retribuidas en su profesión, al punto de no poder solucionar problemas elementales y diarios en sus casas.
En resumen, el último culpable no es otro que el gobierno opresor, que les ha impuesto un bloqueo no declarado que es el origen de los problemas que sufren.
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La prostitución de termina, o al menos se aplacan sus causas, cuando un gobierno ofrezca opciones de trabajo reales y consecuentes a aquellos as que la ejercen. Estará en nuestras manos ofrecerles trabajo, educación y bienestar social a aquellos que hoy se ven obligados a tamaña y dolorosa exposición.
EXacto Javier, y eso es lo que se plantea en la segunda parte del artículo, que, por lo extenso hubo que dividir en dos.
Siempre habra personas que no les interesan esas ofertas de trabajo reales, sino que pasa con el resto del mundo
Si Alfredo, siempre habrá personas que «elijan» esa opción, pero lo que buscamos es que no sean las circunstancias y las necesidades las que elijan por las personas. Todos tienen que ser libres para elegir.