Por el hermano Carlos Raúl Macías López
El mundo necesita más que la secreta santidad de la espiritualidad individual. Necesita más que nobles sentimientos y buenas intenciones. Dios pide el corazón porque necesita de las vidas… Dios pide el corazón, y debemos responderle en términos de acciones.
Abraham Joshua Heschel.
No creo en ese Dios, creado a imagen y semejanza de la religión denominacionalista, que está ajeno a la liberación del ser humano en cualquier ámbito, y a la vez desconectado del hambre, la miseria, el sufrimiento, el analfabetismo, la tortura, los genocidios, el abuso de poder, la censura, preocupado exclusivamente de la asistencia a los cultos, la pureza doctrinal, la majestuosidad de los templos, la calidad de los instrumentos de música, las danzas, o de cualquier otra vanidad semejante.
No creo en ese Cristo que está de espaldas a cualquier tipo de dominación o control establecido en nombre de la religión o de la política por parte de los que ostentan el poder, y sólo preocupado por la redención espiritual de las personas, pero a la vez desconectado de la realidad social de aquellos a quienes vino a salvar.
No creo en esa iglesia cuyo enfoque sea exclusivamente en luchar sólo contra el pecado y las fuerzas del mal, cerrando sus oídos a la miseria y la explotación de la nación, y que ante el dolor del pueblo a quien se supone debe servir, prefiere únicamente orar, ayunar o vigilar, mientras sobrevive felizmente encerrada cómodamente en sus predios, en vez de solidarizarse y salir a abrazar a su prójimo, sin acepciones de ninguna índole.
No creo en esa revelación que priva al creyente del sentido de la historia, cuyo enfoque es puramente futurista, en detrimento de una realidad cruda y despiadada, dentro del marco de concepciones teológicas exclusivamente espiritualistas o sobrenaturalistas.
No creo en esa tergiversada enseñanza bíblica que ha sido convenientemente reducida a un mensaje de resignación separatista y aislacionista, de “aguanta”, “soporta en silencio”, “no cuestiones”, “no critiques”, “no juzgues”, “no intentes cambiar nada”, “no te inmiscuyas en la política”, “déjale eso a otros”, etc…
No creo en esos discípulos que cual ascetas o monjes tibetanos, vean tan malo al mundo, que lleguen al extremo de abandonarlo, retirándose durante toda la vida para cultivar una sincera pero egoísta espiritualidad farisaica, mientras meditan entre los muros protectores de un templo, olvidando su función de ser servidores comprometidos, que sean capaces igualmente de cambiar la sociedad con el poder del Espíritu Santo.
No creo en esos líderes cristianos que enajenados en sus propios conceptos, renuncian a transformar las miserias sociales de su tiempo, ignorando que el fin espiritual del ser humano está inseparablemente relacionado con la transformación de la sociedad, al procurar que la política no se divorcie alegremente de los valores morales y de la felicidad del ser humano que fue creado a imagen de Dios.
Yo no soy amigo de todas las huelgas, porque la huelga es la guerra, y la guerra siempre es dañina, pero cuando es abiertamente violada la justicia, y los sagrados derechos de la conciencia cristiana, yo reivindico el derecho a llamar legítima a la huelga y de socorrer a quien combate.
Obispo de Bérgamo, Giacomo Radini Tedeschi.
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Ciertamente ese no es el Dios en que creemos.