Por: José M. Presol.
En Europa hay un país, Portugal, al cual Cuba se parece. Su superficie es algo similar (92,000 km y 110,000 km cuadrados), población parecida (10.5 millones y 11.2 millones) y una gran emigración económica (la Cuba actual y el Portugal de hace unos años). Pero hay más:
- Una dictadura dominó Portugal más de 40 años; la cubana ya dura más de 50.
- El dictador “fundador” portugués tuvo una caída que agravó su salud y lo apartó del mando; “nuestro fundador” lo mismo.
- La economía portuguesa estaba en manos de unas 100 familias; la cubana no lo sabemos exactamente, pero también pocas, posiblemente menos.
- Un factor de deterioro de la economía portuguesa fueron sus guerras y en Cuba igual, pero además coincidiendo en los países: Angola, Mozambique y Guinea Bissau.
Allí todo se vino abajo un 25 de abril de 1974 cuando los oficiales jóvenes, no pertenecientes a la oligarquía opresora, dijeron ¡basta! y salieron de sus cuarteles.
Camino de la medianoche del 24, a las 22:55 la radio “Emissores Associados” emitió la canción “E depois do Adeus”. Era un aviso de alerta.
A las 0:25 del 25, “Rádio Renascença”, trasmite otra “Grândola, Vila Morena”, era la orden de empezar. Ya no había marcha atrás.
Como siempre, sucedieron miles de anécdotas y la historia solo registra unas pocas.
Tras la primera canción cuatro hombres de paisano estaban en un carro, en lo más alejado de un parque. Con la segunda se desvistieron y pusieron sus uniformes. Dos homosexuales que pasaban bromearon sobre su doble condición de homos y militares. La risa terminó cuando les vieron completar sus uniformes con las armas que llevaban en el maletero.
Justo a esa hora, el capitán Fernando José Salgueiro Maia reunió a sus hombres y les dijo: “Señores míos, como saben, hay varias formas de Estado: el Estado social, el Estado corporativo y el estado al que hemos llegado. Ahora, en esta noche, vamos a acabar con el estado al que hemos llegado. Así que el que quiera venir, que sepa que nos vamos para Lisboa y terminamos con esto. Quien quiera venir, que salga y forme. Y el que no, que se quede”. Todos salieron y marcharon hacia la capital. Su misión era complicada: ocupar la Plaza del Comercio, donde estaban el Gobierno Civil y varios ministerios.
La Plaza era lugar de paso de muchos. Uno de ellos se dirigió al capitán: “Soy periodista, ¿qué hacen?”. “Derribando el gobierno”. “¿Puedo ir a mi redacción a comunicarlo y regresar?”. “Hacemos esto por la libertad, y no pienso privarle de la suya de informar”.
La radio no hacía más que trasmitir instrucciones a la población indicando permaneciese en sus casas. Pocos hicieron caso. En todas partes, tras las filas de soldados, se fueron formando muchedumbres de hombres y mujeres, trabajadores y estudiantes.
Un teniente subió a un blindado y miró por la escotilla; riéndose, dijo: “¿los señores desean café y pan tostado para desayunar?”. Salieron un soldado y su novia, en medio de la risa de sus compañeros. Ella reaccionó: “Bueno, ¿qué pasa?, ahora ya somos libres, ¿o no?”.
Un general, con un grupo teóricamente a sus órdenes, intentó parar aquello. Llegó a abofetear a un soldado que se negó a obedecerle. Ordenó a “sus” ametralladores disparar sobre el capitán Maia, todos desobedecieron y se unieron al movimiento.
Desde un tanque, un soldado, pidió un cigarrillo a una señora. Se llamaba Celeste Caseiro y no fumaba, pero cargaba con varios ramos de claveles para la cafetería donde trabajaba y le dio uno, que él puso en su fusil. Muchas manos se extendieron, todas recibieron otra flor y repitieron el gesto. Esa mañana las floristas lisboetas no hicieron otra cosa que adornar fusiles con sus flores. “Aquello” ya tenía un nombre: la Revolución de los Claveles.
Pasó mucho más. El Gobierno se rindió. Hubo uno nuevo. Los dictadores partieron al exilio y los exiliados regresaron. Pero esos hombres y mujeres dejaron dos grandes lecciones:
- Un general no es nada sin soldados.
- Un soldado no es nada sin el pueblo.
Todo uniformado debe recordarlo y que, sea el que sea su juramento, realmente a quien debe fidelidad es a su pueblo y a su República y que, cuando llegue el momento, su lugar debe estar junto a ellos.
El que no comprenda estas lecciones, lo que debe recordar es: tic tac, el reloj de la Historia sigue sonando y no es en contra nuestra.
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Jose Manuel Presol
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