Por Jose Manuel Presol
Hace unos días todos nos hemos visto sacudidos por una noticia: la retención de Eliécer Ávila, Presidente de Somos+, por la Seguridad del Estado, en Rancho Boyeros. Afortunadamente todo quedó en unas horas de preocupación y la “incautación” de “material inapropiado”. ¿Por qué las dictaduras tienen tanto miedo a la palabra impresa y a su divulgación?
Lo sucedido me hizo pensar en la detención, por dos días, hace unos 40 años (¡Dios mío, qué viejo me estoy haciendo!) de una amiga, también a su regreso del extranjero, en la frontera entre Francia y España. La Guardia Civil (equivalente español de la antigua Guardia Rural cubana), que tiene a su cargo, entre otras cosas, la protección de fronteras, también la retuvo y le incautaron varios libros, apuntes, notas, etc., que en aquellos tiempos y circunstancias eran llamados “material subversivo”.
Prueba de que aquellos años ya eran el “principio del fin”, era el “hambre” incontrolada de los medios policiales por hacer desaparecer aquel “material”, y el deterioro que se empezaba a notar en la homogeneidad de esos órganos policiales.
La familia y amigos nos movilizamos, y tenemos que recordar a su madre llamando a cuantos organismos, personas e instancias se le ocurría preguntando por su hija. Resultó que el teléfono estaba intervenido, y el policía que estaba a la escucha debió darse cuenta de la situación familiar y, en una de las llamadas, antes que diese tiempo a colgar “alguien” soltó rápidamente: “Señora, no se preocupe tenemos a la “quisquilla”, pero no le estamos haciendo nada y está perfectamente”.
La sorpresa fue mayúscula, pero (recordando el “color quisquilla”) la buena mujer solo fue capaz de decir: “Oiga, ¡que mi hija no es comunista!”. Nuevo comentario: “Lo sabemos, señora, repito no se preocupe. Máximo en un día o cosa así y la soltamos.” Y rápidamente sonó un “click”.
¡Son curiosos los paralelismos que se nos ocurren a los que tenemos canas! Pero aún hubo otra noticia en la que pensar.
Casi al mismo tiempo que lo anterior en la prensa española aparecieron crónicas que contaban como ese día en un pequeño pueblo en la afueras de Madrid varios guardias civiles se presentaban en una casa y llamaban a la puerta. Un matrimonio abrió la puerta y se asombró al verles. La esposa reconoció a uno de ellos. “Joaquín, ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?”.
Joaquín, por aquello de la disciplina y el rango, dejó que su capitán fuese quien hablase: “Señora, ¡Le tenemos! Acabamos de detenerle”. La mujer empezó a llorar y, ahora, Joaquín no cedió su derecho a nadie, se le abrazó y lloró con ella. Era el fin de una historia muy larga.
Una historia que había empezado 18 años antes. Un día Eva Blanco, una chica de 16 años que, como correspondía a su edad, estaba llena de futuro apareció muerta, violada y con más de 20 puñaladas en su cuerpo. Su asesino se había preocupado de borrar todos los rastros y, además, había estado lloviendo torrencialmente toda la noche. No había pistas. Únicamente un rastro orgánico que el forense encontró en su interior.
Empezó una “batalla” por encontrar al responsable y una gran “labor de equipo” entre la sociedad en su conjunto, las Universidades, la Justicia y, por supuesto, la Brigada de Homicidios de la Guardia Civil.
Por esa Brigada han pasado diversos jefes, algún componente se ha jubilado y, curiosamente, su puesto ha sido ocupado por su hijo, pero nunca se permitió que se acumulase el polvo sobre “los papeles” de la investigación. Solo Joaquín, también a punto de jubilarse, continúa de entre los componentes originales de la Brigada.
No vamos a dar detalles que no es lo que perseguimos, pero se hicieron miles de análisis de ADN (los vecinos varones del pueblo y otras localidades llegaron a dar muestras voluntariamente por si el asesino estaba entre sus familiares).
Nada, hasta que hace unos dos años la Universidad de Santiago de Compostela anunció que sus investigadores habían desarrollado un método de identificación más avanzado y que estaban trabajando en su perfeccionamiento.
La Guardia Civil y el Juzgado encargado de la custodia de las pruebas, inmediatamente enviaron muestras a la Universidad; y el nudo empezó a deshacerse.
Empezaron a identificarle. Comenzaron por definir que el sujeto en cuestión tenía su origen étnico en el norte de África y empezaron, cosa impensable hasta no hace tanto, a dar sus características personales: estatura y corpulencia aproximada, ¡incluso un retrato robot rudimentario! Y la Brigada de Homicidios, según recibía información, comenzó a trabajar con el censo, con los listados de afiliados a la Seguridad Social, con todos los registros a su alcance. Pasó la información la Policía de Marruecos. Finalmente se llegó a una persona, que sabían que no era el culpable, pero que debía tener, con una posibilidad del 98%, una relación de hermano con quien buscaban.
A partir de aquí todo fue más fácil. Le encontraron en Francia, en una pequeña localidad cerca de Suiza. Las televisiones comenzaron a dar el reportaje del momento de su llegada a la comisaría. A cada lado un policía de paisano, pero llevando un chaleco que les identificaba: uno como perteneciente a la Gendarmerie Nationale y el otro a la Guardia Civil.
¿Por qué esta historia? Pues porque creo que nos puede ilustrar de como una fuerza represiva está formada por personas que, como nosotros, tienen su familia, sus problemas y su forma de pensar. Que esa fuerza puede evolucionar y transformarse en otra al servicio de la sociedad. Una fuerza que esté para proteger al ciudadano normal, honrado y trabajador y no para perseguirle. Una fuerza que muestra, en el día a día, cual es el papel de la Policía en un estado democrático.
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Es la primera vez que entro en este blog y desconozco al autor del artículo.
Quiero decir que literariamente es una forma bella de contar una historia real sucedida en mi país,por cuyo desenlace muchos españoles nos alegramos y reconocemos el mérito de los agentes que trabajaron para hacer justicia.
Pero ello no debe servir para hacer un elogio sublimado de los cuerpos policiales en todos los países que «son considerados democracias». Como se recuerda en la tradición popular,»en todas partes cuecen habas» y «nuca digas de este agua no he de beber» ni «este cura no es mi padre»…
Felicidades por el artículo y mi más cordial saludo.