Por: Ezequiel Álvarez
Domingo de Goicuría nació en La Habana el 23 de junio de 1805, murió en el garrote el día 7 de mayo de 1870 dos años después que estallara la Guerra de los Diez Años. Ejecución pública como ejemplo a los criollos que atrevieran a conspirar en contra de La Metrópoli, sería su cruel final.
Desde temprana edad Goicuría demostró aversión a los excesos de la colonia, a la injusticia de la esclavitud y fue luchador incansable por lograr su sueño de una Cuba Libre. A través de su vida demostró un arrojo y un sentido de justicia excepcional. Luchó por medios legales para mejorar la situación.
Fue colaborador de las primeras “intentonas” por la libertad de Cuba, ayudando económicamente la expedición de Narciso López. Es arrestado por los españoles y deportado por su ayuda. En el exilio se une a conspiraciones contra la colonia y sus bienes en Cuba son confiscados y condenado a muerte en ausencia.
Su vida está llena de intentos tras intentos de llevar la insurrección a la isla. A pesar de múltiples fracasos, su determinación nunca merma. Muere su hijo en la guerra y sus ideales se tornan aún más fuerte. Consigue por fin unirse a las tropas de Carlos Manuel de Céspedes y en una misión a México en busca de pertrechos de guerra para los insurrectos, es apresado. Es llevado a La Habana donde es juzgado y sentenciado a muerte en el garrote vil. Dando muestra de valentía y desdén a la injusticia colonizadora emite sus últimas palabras: “Muere un hombre, pero nace un pueblo”.
Es Domingo de Goicuría ejemplo fiel del espíritu indómito del patriota cubano.
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